sábado, 2 de julio de 2011

Portazo. Está lloviendo. No sé qué día es pero tampoco me interesa. Me gustaría morir, ahora lo deseo realmente. Salgo del instituto. Creo que les da igual, nadie intenta pararme. Supongo que para ellos también soy invisible. Empiezo a correr, no sé en qué dirección voy. Y aunque quisiera ver hacia dónde voy, no podría: tengo los ojos llenos de lágrimas. Algunas bordean mis mejillas, dejando un surco de color negro a su paso. Lo conseguiste, has conseguido joderme la vida, lo único que hacía que pudiese siquiera sonreír y tú me lo has quitado.
He llegado a una calle por donde casi no pasa gente. Tropiezo, tengo heridas en las manos y en las rodillas. Ahora estoy un paso más cerca de la muerte. Después de esto no me queda nada. Difícilmente me levanto y me apoyo en una pared. Me deslizo hasta quedarme sentada en las baldosas. No sé por qué no puedo ser como las demás chicas. Felices, preocupadas únicamente por su ropa o sus amigos.De repente, alguien se sienta a mi lado. A través de las lágrimas puedo verle la cara, no lo conozco.
-¿Qué te pasa? -pregunta él sin mirarme.
-He descubierto a mi novio besándose con la chica que me hacía la vida imposible -digo entre sollozos.
-Deberías estar feliz.
-¿Cómo?
-Has conseguido librarte de ese chico inmaduro que ha querido deshacerse de ti a la primera de cambio y, por fin, esa chica que no te dejaba en paz ha encontrado lo que quería. Esas lágrimas deberían ser de felicidad.
Esta vez soy yo quien mira al frente. Quizá sea verdad. Puede que ahora sea cuando empiece mi vida. Vuelvo a mirar al chico pero este ya no está. La calle vuelve a estar desierta. Comienzo a andar de nuevo, esta vez hacia mi casa. Creo que me he quitado un gran peso de encima.