Todos tenemos aparcado en alguna parte de nosotros un trocito de locura, en unos más grande que otros, pero, al fin y al cabo, locura. Unos lo demuestran y otros, más dicretos, prefieren guardárselo para sí mismos.
Pero, ¿y si todos diéramos a relucir nuestra parte de locura? El mundo sería mucho más fácil, haríamos lo que de verdad sentiésemos en vez de fingir, de ser robots todos iguales y pensando que lo que hacemos está bien porque todos los demás también lo hacen.
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